La calidad y pureza de sonido en Michel Camilo van unidas a un virtuosismo rítmico que impregna a la audiencia de una energía y vitalidad inusitadas. Además el asombro. Porque durante el instante de sus formidables ejecuciones, se nos hace difícil aprehender en toda su extensión y hondura la versatilidad musical de este gran pianista dominicano. Más que versatilidad, riqueza, duende, ese algo intangible que no está escrito en la partitura, ese espíritu genial, único, osado que aflora y traspasa las fronteras de lo posible y se adentra en el reino de lo maravilloso.
Pero, además, la alegría. Es como si la felicidad que Michel Camilo le infunde al piano le fuera devuelta, multiplicándose, en la audiencia, que a su vez la retorna al músico, creándose una dinámica plena de euforia y entusiasmo. Michael Camilo maneja hábilmente toda esa avalancha de energía y no deja que haya desperdicio alguno. No hay escapes. No hay manera en que la audiencia pueda sentirse distraída o abrumada. En vilo, estamos atentos a cada movimiento, a cada ráfaga de innovación o de evocación y allí se nos calienta el alma y sin saber cómo empezamos a danzar en sus rituales. Rituales cuya lejana memoria parte de África y cubre toda la amplia geografía norteamericana.
En las composiciones musicales de Michel Camilo se manifiestan antiguas tradiciones rítmicas caribeñas, nostálgicas tonadas flamencas y latinas; y toda una gama de innovaciones técnicas y musicales que provienen de una formación clásica, rigurosa, actualizada, muy bien informada.
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