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sábado, noviembre 11, 2006

I Bienal de Flamenco de los Países Bajos

Por Estela Zatania
Baile: Belén Maya. Cante: Rosario la Tremendita, El Pecas. Guitarra: José Luis Rodríguez. Palmas: Ana Calí, Vanesa Coloma. Violín: Vladimir Dmitienco.

Belén Maya “Dibujos”

Jueves, 9 de noviembre, 2006. 20:30h. Muziekgebouw aan het IJ, Amsterdam.

“Primera Bienal de Flamenco de los Países Bajos”. Incluso por escrito, las palabras retumban con todo el peso del hito histórico que es. Festivales de flamenco en el extranjero, los ha habido desde la primera edición del discreto New York Festival de Cante en 1969, hasta los actuales festivales de Nimes, Toulouse o Mont-de-Marsans en Francia o los eventos con periodicidad firme en Inglaterra, Estados Unidos, Alemania, Italia o Japón. Pero que un relativamente pequeño país norteño, con una afición que remonta, como mucho, a dos décadas (sabemos que el catalán José de Udaeta dio seminarios de baile y castañuelas en Ámsterdam en los años ochenta), se arriesgue a proclamar algo tan ambicioso como una “bienal” de flamenco, y aspire, como explica Ernestina van de Noort de la organización, a ser tan grande como la de Sevilla, no deja lugar a dudas en cuanto a la globalización dinámica del flamenco hoy en día. Si los grandes cantantes de ópera no son siempre italianos, ni los mejores bailarines clásicos son siempre rusos, debemos hacernos cargo de que en un futuro próximo saldrán auténticas figuras del arte jondo de una diversidad de países. Esto, cuando en los bares y cuartitos de Jerez y otros lugares se sigue discutiendo si los del barrio tal saben o no “abrir la boca”.

Fomentando un interés en el flamenco que va más allá del “síndrome pandereta”.

Por ahora esta afición incipiente está centrada en el baile, y en las mezclas experimentales con otras músicas, dos áreas del flamenco con amplio margen para el crecimiento y evolución rápida. En este contexto la figura de Belén Maya, cuyo recital abrió anoche el ciclo de actuaciones del festival, no pudo faltar. La hija de Mario Maya y Carmen Mora, empapada del ambiente flamenco y del baile desde su nacimiento en medio de una gira por los Estados Unidos, descubrió a temprana edad su predilección por el vanguardismo basado en la tradición. Ha desarrollado un estilo inconfundible con posturas geométricas, sorprendentes detalles con la bata de cola y otros accesorios y obras que empujan los límites de lo establecido, a la vez que rinde homenaje ante el altar del flamenco más clásico. Es un equilibrio delicado buscado por muchos hoy en día, con menor o mayor éxito. Belén Maya hace para el baile flamenco femenino, lo que Israel Galván para el masculino. Como una vidente que ve más allá de las miras cotidianas, hace visible un universo de posibilidades que siempre estaban allí. La imagen suya que aparece en el cartel anunciador del festival es altamente simbólica: como una mariposa en plena mudanza, agachada y con sus brazos (¿o son alas?) en cruz, deja atrás un aparatoso vestido de volantes para renacer como bailarina contemporánea.


Belén Maya (foto: Rafael Manjavacas)

Al amplio centro del Muziekgebouw en las orillas del IJ, acude un público treintón y culturalmente sofisticado, dentro de la línea del pantalón tejano de marca, para el espectáculo “Dibujos” recientemente presentado en Sevilla en “la otra” Bienal. Holanda siempre ha sido un país receptor de diversas influencias, y el flamenco aquí es contemplado como un elemento más del “world music”, sin el bagaje superficial adquirido por turistas de otros países en viajes de agosto a Torremolinos o Benidorm. O al menos a eso aspira la organización de este festival, a fomentar un interés en el flamenco que vaya más allá del “síndrome pandereta”.

Como una vidente que ve más allá de las miras cotidianas, hace visible un universo de posibilidades que siempre estaban allí.

La envergadura del evento ha requerido la presencia de Bibiana Aido, directora de la Agencia para el Desarrollo del Flamenco, entidad que ayudó a financiar el festival, y Olga de la Pascua del Centro Andaluz de Flamenco. Con un aforo casi completo en el auditorio con capacidad para 750, Belén Maya aparece en bata de cola negra para hacer apuntes en una pizarra, el mismo comienzo que vimos en Jerez y Sevilla. La obra ha evolucionado discreta pero favorablemente en estos meses. Ha perdido cierto exceso de cerebralidad a favor de una desenfadada presentación que deja lucir el carisma de Belén. Las voces, diferentes a lo habitual, son de la Tremendita y el Pecas, y la guitarra la pone el subvalorado José Luis Rodríguez. Un baile fantasía con pañuelo rojo y abanico a la Chacona de Bach, una rondeña (Mario Maya hizo maravillas con el baile de rondeña), las dos chicas que hacen compás apuntando detallitos, y con cada número nos acercamos más al flamenco, con la correspondiente reacción del público, personas que posiblemente no distinguen los palos pero que sienten la atracción del compás, ese elixir flamenco que hace que se asomen los duendes.

El Pecas canta por bulería a paso tranquilo y sin guitarra, más sobrio imposible, con poquísima luz y las palmas apenas sonando. La falta de contundencia del compás, que es implícito pero no declarado, es como un orgasmo pospuesto, y duele igual de rico – ¿lo sabrá apreciar este público? La respuesta no tarda en llegar con aplausos entusiasmados y los primeros gritos de “¡ole!”.

Si otras bailaoras contemporáneas desconstruyen el baile, Belén lo hace y vuelve a construirlo delante de nuestros ojos.

Vuelve Belén, tacha en la pizarra los números ya despachados y destaca “tangos”. Echa una mirada de complicidad hacia el público y éste responde obediente con un “¡sí!” colectivo. La bailaora da rienda suelta a sus raíces granadinas encontrándose con cantes de Granada, Triana y Cádiz, provocando aplausos cada vez que recrea la ilusión de estar deslizándose por la pista sobre raíles.

Solo de cante de la Tremendita, soleá con bulería por soleá, valiente pero excesivamente adornada, amarchenada – es joven y tiene facultades y afición, démosle tiempo. Gusta muchísimo el numerito de las dos chicas palmeras, el pellizco nunca está de más en el flamenco aunque el efecto es disminuido por la casi ausencia de iluminación.

Por fin, las alegrías de Belén, en toda su gloria flamenca vistiendo una despampanante bata de cola color rojo. Si otras bailaoras contemporáneas desconstruyen el baile, Belén lo hace y vuelve a construirlo delante de nuestros ojos. La señora es espléndida en este baile que cierra el recital, y cuando por fin se acerca a la pizarra a borrar todos los apuntes y apaga la bombilla que cuelga desde arriba, hay un colectivo y muy sentido “aaaahh” de decepción al haber llegado al final de tan rica velada. Todavía hay un largo fin de fiesta en el que participa hasta el violinista, y las dos mujeres palmeras realizan sus respectivas pataítas de rompe y rasga acabando de enloquecer a un público cuya afición ha aumentado exponencialmente esta fría noche holandesa.

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